jueves, 11 de diciembre de 2014

Desperate Housewives



Las mujeres que pararon el mundo


Antes del otoño de 2004, la cadena norteamericana ABC estaba desfalleciendo en los análisis demográficos. El Abogado, de capa caída, había terminado en primavera,Alias estaba dando sus últimos coletazos y la audiencia no sonreía. Tocaba hacer un cambio, rápido y drástico. El futuro del canal como cabecilla de la televisión estaba en juego. Y entonces, sólo una semana después del desconcertante y exitoso aterrizaje de Perdidos, llegaron ellas.Mujeres Desesperadas atrapó 21,3 millones de espectadores. La ABC estaba a salvo. Era el comienzo de la época dorada de los culebrones y era a su vez el inicio de un mito que el pasado domingo celebró los 100 episodios.

Poco después del tiro en la cabeza que se pegó Mary Alice, que ejerció de arranque, la serie se consolidó como un fenómeno de masas que convirtió a sus actrices en estrellas y a sus personajes en iconos. Las amas de casa de los suburbs pasaron de invisibles trabajadoras del hogar y pilares de familia, en retorcidos modelos a seguir. Eran todo aquello que anhelaban la mayoría de mujeres: una mezcla de chismorreo y fatalidad. Se vendían camisetas de “I am a Bree” para todas aquellas que se identificaran con la doña perfecta y menospreciada pelirroja, y con los nombres de las demás protagonistas para quien hallara en ellas su consuelo.

Al ser Estados Unidos, no faltaron las más variopintas reacciones. La comunidad afroamericana se reía de ellas llamándolas desperate white housewives y la asociación de jardineros del país incluso se llegó a quejar del contenido: por culpa del lío que tenía en la ficción Eva Longoria con su jardinero adolescente, numerosos empleados sufrían el acoso de las mujeres maduras que los empleaban. Era una revolución de ingenio y feminidad que congregó más de 30 millones de espectadores en la season finale de la primera temporada. Era la nueva adicción de las estadounidenses y Teri Hatcher, Felicity Huffman, Eva Longoria y Marcia Cross, las nuevas novias de América, reinas de los tabloides y acaparadoras de premios.

Las críticas, además, estaban de su lado. Por supuesto que hubo quienes no entendieron la aguda mezcla de comedia, drama y cinismo que desprendían los guiones de su creador Marc Cherry (forjado en Las Chicas de Oro), pero la mayoría supieron apreciarlos. Emmys y Globos de Oro. Cotilleos de plató. ¿Había una competitiva relación entre las vedettes? ¿Realmente contaban las líneas de cada una? Pero permanecer en la primera línea es una dura batalla y más para un culebrón. Comenzaron en la cumbre y era imposible ir a más. Ni en audiencia ni en calidad: el primer año fue inmejorable. Luego les arrojaron descalificaciones por lo retorcido de sus tramas. En la tercera temporada el inesperado embarazo de Marcia Cross mandó al traste el misterio anual. Y en la cuarta, por miedo a una pérdida de audiencia, dulcificaron el argumento, peligrosamente inofensivo. Era el momento de inyectarle un poco de botox. Así volvieron en septiembre tras un paso agigantado de cinco años. En tiempo real, son cinco años siguiéndolas. En la ficción, Susan, Bree, Gabby, Lynette y Edie llevan casi diez años sobreviviendo entre infidelidades, asesinatos y los deberes de la limpieza. Y, después de 100 episodios, también es momento de hacer balance.

El cambio temporal, aunque paradójicamente rejuvenecedor, no ha cambiado la inercia de los guiones. Se han suavizado las tramas: ahora se plantea improbable que aparezca el antiguo residente en Wisteria Lane, pederasta y vestido de Santa Klaus, que la suegra de alguna de ellas las intente matar o que alguien entierre un cadáver en su jardín. Me parece un error: si la audiencia se enganchó con los más oscuros secretos que se escondían en las coloristas casas, rodeadas de un verde césped amenazadoramente uniforme, seguir en la línea original podría ser el método de reencontrarse con las antiguas asiduas. Igualmente, Mujeres Desesperadas sigue siendo una joya de la programación. Reír con ellas aún es un placer aunque la amargura no inunde el corazón de quienes las miran, a cada fin de episodio.
Tengo la firme convicción de hallarme ante algo que hace historia. De hecho ya la hizo. Y quizá por este motivo la cadena ABC confía ciegamente en ella y ya ruega a Cherry que se plantee prorrogar dos años más la duración del programa (que en teoría debía constar de siete temporadas). ¿200 episodios? Con suerte y ganas, no es una meta inalcanzable. Pese al largo camino ya recorrido, aún quedan parajes por explorar. De hecho, Nicolette Sheridan, Edie en la ficción, ya lo advirtió: a ella aún le queda mucho por hacer. Y lo avisó la que sufrió una bofetada por parte del creador en la presente temporada. Firme voluntad y también convicción ha de tener.

Una vez Laura Bush exclamó: “I’m a desperate housewife!”. La frase dio la vuelta alrededor del extenso país: la primera dama también seguía el culebrón. Si este reconocimiento jugó a favor de la serie, es algo difícil de elucubrar (el factor Bush escapa a cualquier lógica analítica). No es una Oprah (que, por cierto, también reconoció adorarla). Sin embargo, lo destacado de la declaración es que... ¿quién no quiere ser una desesperada? Ellas están, como lo están las amas (y algunos amos, ¡qué caramba!), calmadamente a nuestro lado. Prácticamente de forma incondicional. Añaden un gozo (in)visible en nuestro día a día. Nos hacen la vida más fácil. ¿Quién puede no querer a las desperate housewives, tanto en la realidad como en la ficción?.












                                     Mary Alice Young

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